jueves, febrero 10, 2005
si muero lejos de tí...
Cuando pienso en ser, estar, pertenecer, me doy cuenta de la ambigüedad que esto implica. ¿Qué soy? ¿Dónde estoy? ¿a qué pertenezco?
"Debes volver, pero una vez estés allá te darás cuenta de que lo que quieres es irte." No olvido estas palabras que me dijera Iñigo la última vez que nos vimos mientras comíamos unos tacos al pastor y hablábamos de la irrelevante necesidad de hacer una casa donde no hay cimientos.
Sin embargo, sé que no soy el único que vive esta condición autoexiliatoria. Lita, por ejemplo, lleva un paralelo en su propia historia que de vez en cuando se entrelaza con la mía. Después de todo ya son más de 8 años de sólida amistad.
Y precisamente hablando con ella, me doy cuenta de que la frustración que uno transforma en motivaciones es el resultado de lo que te lleva a cambiar tan radicalmente tu vida.
Pero Lita es positiva. A pesar de los innumerables problemas que acontecen, es mejor ver con gusto y nostalgia aquellos detalles que nos definen, nos distinguen y que disfrutamos de ellos cada día, mientras pudimos (y de vez en cuando mientras se puede todavía).
Yo comparto esa forma de ver, aunque debo confesar que en silencio sufro muchas de las cosas que ocurren y que no puedo hacer nada para cambiar o solucionar.
... Ah, por cierto este texto de Denise Dresser se publicó en Reforma el 3 de enero.
"Debes volver, pero una vez estés allá te darás cuenta de que lo que quieres es irte." No olvido estas palabras que me dijera Iñigo la última vez que nos vimos mientras comíamos unos tacos al pastor y hablábamos de la irrelevante necesidad de hacer una casa donde no hay cimientos.
Sin embargo, sé que no soy el único que vive esta condición autoexiliatoria. Lita, por ejemplo, lleva un paralelo en su propia historia que de vez en cuando se entrelaza con la mía. Después de todo ya son más de 8 años de sólida amistad.
Y precisamente hablando con ella, me doy cuenta de que la frustración que uno transforma en motivaciones es el resultado de lo que te lleva a cambiar tan radicalmente tu vida.
Pero Lita es positiva. A pesar de los innumerables problemas que acontecen, es mejor ver con gusto y nostalgia aquellos detalles que nos definen, nos distinguen y que disfrutamos de ellos cada día, mientras pudimos (y de vez en cuando mientras se puede todavía).
Yo comparto esa forma de ver, aunque debo confesar que en silencio sufro muchas de las cosas que ocurren y que no puedo hacer nada para cambiar o solucionar.
... Ah, por cierto este texto de Denise Dresser se publicó en Reforma el 3 de enero.
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El país de uno
Denise Dresser
Alguna vez, el periodista Julio Scherer García le pidió a Ernesto
Zedillo que le hablara de su amor por México. Le sugirió que hablara
del arte, de la geografía, de la historia del país. De sus montañas
y sus valles y sus volcanes y sus héroes y sus tardes soleadas. El
ex Presidente no supo qué contestar. Hoy es probable que muchos
mexicanos tampoco sepan cómo hacerlo. Hoy el pesimismo recorre al
país e infecta a quienes entran en contacto con él. México vive
obsesionado con el fracaso. Con la victimización. Con todo lo que
pudo ser pero no fue. Con lo perdido, lo olvidado, lo maltratado.
México padece lo que Jorge Domínguez, en un artículo en Foreign
Affairs, bautizó como la "fracasomanía": el pesimismo persistente
ante una realidad que parece inamovible. La corrupción no puede ser
combatida; los políticos no pueden ser propositivos; la sociedad no
puede ser movilizada; la población no puede ser educada; los buenos
siempre sucumben; los reformadores siempre pierden. La luz al final
del túnel sólo ilumina el tren a punto de arrollar a quienes no
pueden eludir su paso. El país siempre pierde. Los mexicanos siempre
se tiran al vacío desde el Castillo de Chapultepec y no logran salir
de allí. Por ello es mejor callar. Es mejor ignorar. Es mejor
emigrar.
En México, como diría Elías Canetti, los pesimistas son superfluos y
2004 demuestra por qué. Éste es el año de los videoescándalos y la
videoviolencia. De los maletines llenos y las reformas inexistentes.
De los priistas robustecidos y los panistas divididos. De las
primeras damas que quieren el poder y de las mujeres que abusan de
él. Del sabotaje a Andrés Manuel López Obrador y del autosabotaje a
sí mismo. De la sucesión adelantada y la política paralizada. De
desafueros amenazantes y consortes que también lo son. Éste es el
año de marchas que no van a ningún lado y de presidentes que tampoco
lo hacen.
Vicente Fox se encoge en Los Pinos mientras Marta Sahagún no quiere
que la saquen jamás de allí. El Niño Verde negocia un soborno
mientras su partido vive de ellos. René Bejarano carga maletines
mientras Carlos Ahumada los llena. El embajador ante la OCDE compra
colchones y el erario los paga. Dos policías arden en Tláhuac
mientras Marcelo Ebrard decide qué no hacer. Roberto Madrazo se
apropia del PRI mientras su partido se lo permite. Crónica de
catástrofes; crónica de corruptelas; crónica de personajes demasiado
pequeños para el país que habitan.
El país de las contradicciones permanentes. El país de las máscaras
que ocultan y las caras que sonríen.
Frente a todos los motivos para cerrar los ojos están todos los
motivos para abrirlos. Frente a las razones para perder la fe están
todas las razones para recuperarla. Los murales de Diego Rivera. Las
enchiladas suizas de Sanborn's. Las mariposas en Michoacán. El cine
de Alfonso Cuarón. El valor de Sergio Aguayo. Los huevos rancheros y
los chilaquiles con pollo. La sonrisa de Carmen Aristegui. La
medalla de Ana Gabriela Guevara. El mole negro de Oaxaca. Los libros
de Elena Poniatowska. La inteligencia de Lorenzo Meyer. Los tacos al
pastor con salsa y cilantro. El humor de Carlos Monsiváis. El mar en
Punta Mita. Las canciones de Julieta Venegas. La poesía de Efraín
Huerta. El Espacio Escultórico al amanecer. Cualquier Zócalo
cualquier domingo.
La forma en que los mexicanos se besan y se saludan y se
dicen "buenas tardes" al subirse al elevador. Las fiestas ruidosas
los sábados por la tarde. La casa de Luis Barragán. Los amigos que
siempre tienen tiempo para tomarse un tequila. La decencia de Germán
Dehesa. Los picos coloridos de las piñatas. Las casas de Manuel
Parra. Las buganvilias y los alcatraces y los magueyes. Las
caricaturas de Naranjo y los cartones de Calderón. El helado de
guanábana. La talavera de Puebla. Las fotografías de Graciela
Iturbide. Los mangos con chile parados en un palo de madera. Las
comidas largas y las palmeras frondosas. La pluma de Jesús Silva-
Herzog Márquez. Las mujeres del grupo Semillas y las mujeres que
luchan por otras en Juárez.
Cada persona tendrá su propia lista, su propio pedazo del país
colgado del corazón. Una lista larga, rica, colorida, voluptuosa,
fragante. Una lista que debe comenzar con las palabras de la chef
Marta Ortiz Chapa: "Siempre me gustó ser mexicana". Una lista con la
cual contener el pesimismo; un antídoto ante la apatía; una vacuna
contra la desilusión. Una lista de lo mejor de México. Una lista
para despertarse en las mañanas. Una lista de Año Nuevo. Una lista
para pelear contra lo que Susan Sontag llamó "la complicidad con el
desastre".
Porque el credo de los pesimistas produce la parálisis
(Esto lo aplico ahora mismo a mi propio entorno insular). Engendra el
cinismo. Permite que hombres como Manlio Fabio Beltrones promuevan
el juicio político contra los jueces de la Suprema Corte y nadie se
lo impida. Permite que los partidos vivan del presupuesto público
sin cumplir con la función pública. Permite que los legisladores no
actúen como tales. Permite la persistencia del status quo. El
pesimismo es el juego seguro de quienes no quieren perder los
privilegios que gozan, los puestos que ocupan, las posiciones que
cuidan. El pesimismo es la cobija confortable de los que no mueven
un dedo debajo de ella. Es el lujo de los que rentan el carro pero
no se sienten dueños de él.
Y durante demasiado tiempo, México ha sido un país rentado para sus
habitantes. Ha pertenecido a sus líderes religiosos y a sus
tlatoanis tribales y a sus colonizadores y a sus liberales y a sus
conservadores y a sus dictadores y a sus priistas y a sus
presidentes imperiales y a su intelligentsia y a sus partidos y a
sus élites. No ha pertenecido a sus ciudadanos. Por eso pocos lo
cuidan. Pocos lo sacuden. Pocos lo aspiran. Pocos lo lavan. Pocos lo
enceran. Pocos piensan que es suyo. Pocos lo tratan como si lo
fuera. Porque como dice Larry Summers, el presidente de la
Universidad de Harvard, nadie nunca ha lavado un carro rentado.
Pero quienes saben que el país es suyo no viven con el lujo del
descuido. Quienes han vivido años fuera de México saben lo que es
andar con el corazón apretado. Lo que es caminar a pasos de pequeñas
nostalgias y grandes recuerdos. Lo que es extrañar el olor y el
sabor y la bulla y la luz. Lo que es querer tanto a un país que uno
siente la imperiosa necesidad de regresar y salvarlo de sí mismo. Lo
que es vivir pensando -de manera cotidiana- que los gobernados
pueden y deben vigilar a quienes gobiernan. Que los partidos
políticos pueden y deben reducir la violencia social y pavimentar la
ruta democrática. Que la oposición puede y debe redefinir los
términos del debate público. Que la clase política entera puede y
debe fomentar la conexión entre la democracia y los ciudadanos. Que
no es demasiado pedir.
Las soluciones están allí para ser instrumentadas. Las recetas están
allí para ser aplicadas. Las reformas están allí para ser
ejecutadas. Abarcan la reelección de los legisladores y la reforma
política y la reforma fiscal y los juicios orales y la reforma a la
Ley de Medios y la apertura de la televisión y la competencia en las
telecomunicaciones y la lucha contra la violencia doméstica, entre
muchas otras. Tanto por hacer; tanto por cambiar; tantos sitios
donde amontonar el optimismo. El optimismo de la voluntad frente al
pesimismo de la inteligencia. El optimismo de quienes creen que las
cosas en México están tan mal que sólo pueden mejorar. El optimismo
perpetuo que se convierte en multiplicador.
En El paciente inglés, Katherine murmura "nosotros somos los
verdaderos países, no los límites marcados en los mapas, no los
nombres de los hombres poderosos". México no es el país de Andrés
Manuel López Obrador o Santiago Creel o Roberto Madrazo. No es el
país de los congresistas o los gobernadores o los burócratas o los
líderes sindicales. Es el país de uno. El país nuestro. En el 2005 y
siempre.
Esta imágen la capturé en el antes mencionado Castillo de Chapultepec en mi viaje de Agosto-Septimembre 2004 a México, durante la celebración de las fiestas de Independencia.
Lita, gracias por estar allá. Solo así es posible que podamos compartir estos sentimientos encontrados. Qué lástima que no podamos estar en Coyoacán.
Bueno, supongo que esta será la versión oficial para justificar mi actual estado de ánimo... porque estoy desmoronándome.
En realidad debería hablar sobre lo que me está pasando... creo que es necesario. Esta vez el dolor me está haciendo buscar "analgésicos".
El país de uno
Denise Dresser
Alguna vez, el periodista Julio Scherer García le pidió a Ernesto
Zedillo que le hablara de su amor por México. Le sugirió que hablara
del arte, de la geografía, de la historia del país. De sus montañas
y sus valles y sus volcanes y sus héroes y sus tardes soleadas. El
ex Presidente no supo qué contestar. Hoy es probable que muchos
mexicanos tampoco sepan cómo hacerlo. Hoy el pesimismo recorre al
país e infecta a quienes entran en contacto con él. México vive
obsesionado con el fracaso. Con la victimización. Con todo lo que
pudo ser pero no fue. Con lo perdido, lo olvidado, lo maltratado.
México padece lo que Jorge Domínguez, en un artículo en Foreign
Affairs, bautizó como la "fracasomanía": el pesimismo persistente
ante una realidad que parece inamovible. La corrupción no puede ser
combatida; los políticos no pueden ser propositivos; la sociedad no
puede ser movilizada; la población no puede ser educada; los buenos
siempre sucumben; los reformadores siempre pierden. La luz al final
del túnel sólo ilumina el tren a punto de arrollar a quienes no
pueden eludir su paso. El país siempre pierde. Los mexicanos siempre
se tiran al vacío desde el Castillo de Chapultepec y no logran salir
de allí. Por ello es mejor callar. Es mejor ignorar. Es mejor
emigrar.
En México, como diría Elías Canetti, los pesimistas son superfluos y
2004 demuestra por qué. Éste es el año de los videoescándalos y la
videoviolencia. De los maletines llenos y las reformas inexistentes.
De los priistas robustecidos y los panistas divididos. De las
primeras damas que quieren el poder y de las mujeres que abusan de
él. Del sabotaje a Andrés Manuel López Obrador y del autosabotaje a
sí mismo. De la sucesión adelantada y la política paralizada. De
desafueros amenazantes y consortes que también lo son. Éste es el
año de marchas que no van a ningún lado y de presidentes que tampoco
lo hacen.
Vicente Fox se encoge en Los Pinos mientras Marta Sahagún no quiere
que la saquen jamás de allí. El Niño Verde negocia un soborno
mientras su partido vive de ellos. René Bejarano carga maletines
mientras Carlos Ahumada los llena. El embajador ante la OCDE compra
colchones y el erario los paga. Dos policías arden en Tláhuac
mientras Marcelo Ebrard decide qué no hacer. Roberto Madrazo se
apropia del PRI mientras su partido se lo permite. Crónica de
catástrofes; crónica de corruptelas; crónica de personajes demasiado
pequeños para el país que habitan.
El país de las contradicciones permanentes. El país de las máscaras
que ocultan y las caras que sonríen.
Frente a todos los motivos para cerrar los ojos están todos los
motivos para abrirlos. Frente a las razones para perder la fe están
todas las razones para recuperarla. Los murales de Diego Rivera. Las
enchiladas suizas de Sanborn's. Las mariposas en Michoacán. El cine
de Alfonso Cuarón. El valor de Sergio Aguayo. Los huevos rancheros y
los chilaquiles con pollo. La sonrisa de Carmen Aristegui. La
medalla de Ana Gabriela Guevara. El mole negro de Oaxaca. Los libros
de Elena Poniatowska. La inteligencia de Lorenzo Meyer. Los tacos al
pastor con salsa y cilantro. El humor de Carlos Monsiváis. El mar en
Punta Mita. Las canciones de Julieta Venegas. La poesía de Efraín
Huerta. El Espacio Escultórico al amanecer. Cualquier Zócalo
cualquier domingo.
La forma en que los mexicanos se besan y se saludan y se
dicen "buenas tardes" al subirse al elevador. Las fiestas ruidosas
los sábados por la tarde. La casa de Luis Barragán. Los amigos que
siempre tienen tiempo para tomarse un tequila. La decencia de Germán
Dehesa. Los picos coloridos de las piñatas. Las casas de Manuel
Parra. Las buganvilias y los alcatraces y los magueyes. Las
caricaturas de Naranjo y los cartones de Calderón. El helado de
guanábana. La talavera de Puebla. Las fotografías de Graciela
Iturbide. Los mangos con chile parados en un palo de madera. Las
comidas largas y las palmeras frondosas. La pluma de Jesús Silva-
Herzog Márquez. Las mujeres del grupo Semillas y las mujeres que
luchan por otras en Juárez.
Cada persona tendrá su propia lista, su propio pedazo del país
colgado del corazón. Una lista larga, rica, colorida, voluptuosa,
fragante. Una lista que debe comenzar con las palabras de la chef
Marta Ortiz Chapa: "Siempre me gustó ser mexicana". Una lista con la
cual contener el pesimismo; un antídoto ante la apatía; una vacuna
contra la desilusión. Una lista de lo mejor de México. Una lista
para despertarse en las mañanas. Una lista de Año Nuevo. Una lista
para pelear contra lo que Susan Sontag llamó "la complicidad con el
desastre".
Porque el credo de los pesimistas produce la parálisis
(Esto lo aplico ahora mismo a mi propio entorno insular). Engendra el
cinismo. Permite que hombres como Manlio Fabio Beltrones promuevan
el juicio político contra los jueces de la Suprema Corte y nadie se
lo impida. Permite que los partidos vivan del presupuesto público
sin cumplir con la función pública. Permite que los legisladores no
actúen como tales. Permite la persistencia del status quo. El
pesimismo es el juego seguro de quienes no quieren perder los
privilegios que gozan, los puestos que ocupan, las posiciones que
cuidan. El pesimismo es la cobija confortable de los que no mueven
un dedo debajo de ella. Es el lujo de los que rentan el carro pero
no se sienten dueños de él.
Y durante demasiado tiempo, México ha sido un país rentado para sus
habitantes. Ha pertenecido a sus líderes religiosos y a sus
tlatoanis tribales y a sus colonizadores y a sus liberales y a sus
conservadores y a sus dictadores y a sus priistas y a sus
presidentes imperiales y a su intelligentsia y a sus partidos y a
sus élites. No ha pertenecido a sus ciudadanos. Por eso pocos lo
cuidan. Pocos lo sacuden. Pocos lo aspiran. Pocos lo lavan. Pocos lo
enceran. Pocos piensan que es suyo. Pocos lo tratan como si lo
fuera. Porque como dice Larry Summers, el presidente de la
Universidad de Harvard, nadie nunca ha lavado un carro rentado.
Pero quienes saben que el país es suyo no viven con el lujo del
descuido. Quienes han vivido años fuera de México saben lo que es
andar con el corazón apretado. Lo que es caminar a pasos de pequeñas
nostalgias y grandes recuerdos. Lo que es extrañar el olor y el
sabor y la bulla y la luz. Lo que es querer tanto a un país que uno
siente la imperiosa necesidad de regresar y salvarlo de sí mismo. Lo
que es vivir pensando -de manera cotidiana- que los gobernados
pueden y deben vigilar a quienes gobiernan. Que los partidos
políticos pueden y deben reducir la violencia social y pavimentar la
ruta democrática. Que la oposición puede y debe redefinir los
términos del debate público. Que la clase política entera puede y
debe fomentar la conexión entre la democracia y los ciudadanos. Que
no es demasiado pedir.
Las soluciones están allí para ser instrumentadas. Las recetas están
allí para ser aplicadas. Las reformas están allí para ser
ejecutadas. Abarcan la reelección de los legisladores y la reforma
política y la reforma fiscal y los juicios orales y la reforma a la
Ley de Medios y la apertura de la televisión y la competencia en las
telecomunicaciones y la lucha contra la violencia doméstica, entre
muchas otras. Tanto por hacer; tanto por cambiar; tantos sitios
donde amontonar el optimismo. El optimismo de la voluntad frente al
pesimismo de la inteligencia. El optimismo de quienes creen que las
cosas en México están tan mal que sólo pueden mejorar. El optimismo
perpetuo que se convierte en multiplicador.
En El paciente inglés, Katherine murmura "nosotros somos los
verdaderos países, no los límites marcados en los mapas, no los
nombres de los hombres poderosos". México no es el país de Andrés
Manuel López Obrador o Santiago Creel o Roberto Madrazo. No es el
país de los congresistas o los gobernadores o los burócratas o los
líderes sindicales. Es el país de uno. El país nuestro. En el 2005 y
siempre.
Esta imágen la capturé en el antes mencionado Castillo de Chapultepec en mi viaje de Agosto-Septimembre 2004 a México, durante la celebración de las fiestas de Independencia.
Lita, gracias por estar allá. Solo así es posible que podamos compartir estos sentimientos encontrados. Qué lástima que no podamos estar en Coyoacán.
Bueno, supongo que esta será la versión oficial para justificar mi actual estado de ánimo... porque estoy desmoronándome.
En realidad debería hablar sobre lo que me está pasando... creo que es necesario. Esta vez el dolor me está haciendo buscar "analgésicos".
Comments:
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...interesante como se podria intercambiar
el nombre de Mexico por Puerto Rico en varias de esas lineas...
tipo...
los paises llaman...pero duelen con cojones...no solo cuando estas lejos de ellos, sino cuando estas adentro...uno no sabe cual dolor es peor...por eso lo importante no es el lugar, sino mas bien lo que construyes dentro....
....si usted quiere hablar y sacarse las cosas del cuerpo, usted ha tenido con quien y como...solo pregunte...solo diga....pero mientras tanto cada cual seguira dentro de sus angusita mirando para afuera y el aprieto sera cada vez mas fuerte....
se le quiere pinche mexicano-boricua....
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el nombre de Mexico por Puerto Rico en varias de esas lineas...
tipo...
los paises llaman...pero duelen con cojones...no solo cuando estas lejos de ellos, sino cuando estas adentro...uno no sabe cual dolor es peor...por eso lo importante no es el lugar, sino mas bien lo que construyes dentro....
....si usted quiere hablar y sacarse las cosas del cuerpo, usted ha tenido con quien y como...solo pregunte...solo diga....pero mientras tanto cada cual seguira dentro de sus angusita mirando para afuera y el aprieto sera cada vez mas fuerte....
se le quiere pinche mexicano-boricua....
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